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Aquellos Lugares Suyos




Murió Sofía.

No debió sorprendernos, después de tantas idas y venidas al veterinario, pero igual fue un golpe duro.

Era un lunes como cualquier otro, ajetreado, apurado, mirando el reloj a cada rato y comiendo de pie.
Le había hecho cosquillas y no se mostró por enterada, interesada solo en seguir durmiendo calentita junto a mi viejo. A mi vieja le había ronroneado cuando ella había subido a su habitación a buscar algo.

Y luego sucedió.

Fue victima de un estatus epiléptico. Corrimos con ella al veterinario, quien nos atendió de urgencia y no pudo calmarla con las drogas habituales, viéndose obligado a recurrir a las más fuertes para comenzar una cura de sueño.

No resultó efectiva. Cada vez que la despertaban, Sofía seguía convulsionando. Su cuerpecito no dio más y el jueves de esa semana me llamó muy triste Cristian (uno de los tantos veterinarios que la vio) para avisarme que había fallecido.

La fuimos a buscar con mi viejo. Apenas aguantando las lagrimas. Nos entregaron su cuerpo y la llevamos de vuelta a la casa. La enterramos en el jardín, muy tristes y llorando sin consuelo. ¿Qué explicación hay para la muerte? Ninguna que valga la pena.

Han sido semanas melancólicas sin Sofía por la casa. A veces estoy trabajando frente al computador y la recuerdo como se acomodaba en mis piernas, o se cruzaba frente al monitor, o decidía irse a su cama en una esquina y vigilarme hasta que terminaba mis deberes y le hacia cariño. Era muy considerada y sabia cuando el estar frente a este bicho era algo importante y cuando simplemente estaba perdiendo el tiempo.

No esta ella. Solo me quedan aquellos lugares suyos, como su cama en una esquina, su lugar favorito donde comer, el trozo del patio donde se mezcla el sol con la sombra en medidas perfectas para dormitar bajo su cuidado, para recordarla por largo tiempo.

Ahora llegó otra gata a la casa, sana, bonita y coqueta. Poco a poco ha ido disolviendo nuestra pena. No así nuestros recuerdos.

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